Amo a mi gato como te amo a ti

Después de leer la columna “Amo a mi perro tanto como te amo a ti” de Álvaro Guzmán, decidí contarles a historia de mi gato, porque estoy de acuerdo cuando Álvaro dice que “no hay amor más incondicional en este mundo, que el que te tiene tu mascota” y así me lo ha demostrado Merlín.

Merlín llegó a mi vida hace tres años, mi pololo lo trajo cuando supo que lo habían tirado dentro de una bolsa al patio de la casa de una compañera de su universidad y ella no podría quedárselo porque tenía muchos animales.

Cuando llegó estaba muy flaco, sucio, tenía conjuntivitis en un ojo y estaba resfriado: no tenía más de tres meses. En ese tiempo nos fuimos conociendo y, de ser un gato muy chico y enfermo, creció a ser un gato travieso y normal. Siempre fue muy activo: le gustaba correr por todos lados, treparse a los muebles y maullar. Además aprendió a abrir las puertas y a prender la radio para que yo me despertara.

Cualquiera que nos conociera podía ver que nuestra relación es especial… no se como explicar nuestra  cercanía : él me acompañaba a todas partes y parecía que nos entendíamos sin palabras. En definitiva, sé que yo lo quiero y él también a mí.

Todo iba normal hasta que un día Merlín comenzó a tener un comportamiento extraño porque no quería comer, estaba escondido todo el día y estaba temeroso. Aunque en ese momento lo llevamos al veterinario no fue posible detectar nada en concreto. Lo peor era que las cosas que intentábamos para que volviera a ser el de antes no funcionaban y  nuestra preocupación aumentaba.

Finalmente, nos dimos cuenta de que el problema era realmente grave: Merlín no podía caminar ni moverse. Lo llevamos de urgencia al veterinario y claramente debió quedarse internado con pronóstico reservado. Las primeras radiografías que le hicieron mostraban una posible fractura en una vértebra, lo que era grave pero no necesariamente mortal, de todos modos, debíamos esperar que el neurólogo lo fuera a ver. 

Ese fue el peor fin de semana que he vivido hasta ahora porque el diagnóstico del neurólogo fue lapidario. Dijo que Merlín tenía un osteosarcoma que no se podía operar y que su recomendación era “dormirlo”. La verdad es que no sabíamos que hacer, no entendía cómo y por qué le había pasado eso a él, si yo lo miraba y, pese a que su cuerpo no respondía bien, en sus ojos había vida. Al igual que en el caso de Luna, la perrita de Álvaro, como Merlín tampoco estaba vegetal ni nada, no podía tomar esa decisión tan drástica sobre su vida sin saber si habían más posibilidades.

La veterinaria que atendía a Merlín nos recomendó que le hiciéramos una tomografía para ver con certeza que tenía y confirmar el diagnóstico del neurólogo. Pese a que tampoco el resultado fue concluyente, nos dijeron que Merlín tenía voluntad de vivir.

Después de varios exámenes más y de estar una semana hospitalizado, pudo volver a casa. Su diagnóstico es un linfoma ubicado en las vértebras del cuello y está siendo tratado con quimioterapia. Lleva sólo cuatro sesiones, pero la mejoría es significativa: ya puede caminar, mueve la cola y es capaz de dormir enrollado como todos los gatos. Eso sí, el tratamiento es largo y, como con todas las personas enfermas, sólo esperamos lo mejor…aprovechando y agradeciendo poder compartir con él cada día.

Lo que hemos vivido, me ha permitido experimentar de primera mano que las cosas que unen a los humanos con los otros animales son muchísimas. Por lo menos así lo veo con Merlín, que tiene ganas de vivir, de dormir al sol y ronronear, que no le gustan los remedios que debe tomar ni los tratamientos, pero sabe que son necesarios para sentirse mejor.

Entonces, lo mínimo que podemos que hacer es continuar con iniciativas que protejan sus intereses como la Ley Cholito y la campaña #NoSonMuebles.